Crónicas bicicletistas de la Isla del Sol, tracción animal.


La Isla del Sol: un pedazo de montaña que salió para el afuera de las aguas azules y heladas del Titicaca. Al descender de la lancha, un muelle muestra la pequeña y empinada isla en donde párese no haber nada, sin embargo cuando uno va subiendo encuentra un barrio de algunos 500 habitantes. Tiene una longitud de 9,6 km por 4,6 km de ancho y una superficie de 14,3 km². Es la isla más grande del lago, enfrente, la “Isla de la Luna” se muestra inalcanzable para turistas, los habitantes no los permiten.
Su forma de “montaña” dificulta por completo la utilización de algún medio de transporte, presenta un relieve formado por terrazas debido al cultivo que se realiza desde la época de los Incas.
Entonces me pregunto que clase de sociedad puede convivir sin medios de transporte, si en verdad, una sociedad constituida como tal puede obviar el asunto del vehículo en sus vidas, manejarse solos, sin ninguna herramienta, y así es que pude observar cuando subía al poblado isleño que dichos individuos llevan sus cargas en burros, que hay senderos especiales y formados por el paso diario durante muchos años en donde burros y pobladores suben y bajan, como si fueran calles, puentes, avenidas, y transito pasando.
Ni hablar siquiera de bicicletas, tracción humana y animal. Ahora, una isla en donde la única forma de medio de transporte son los burros mucho da para pensar.
La isla está poblada por indígenas de origen
quechua y aymara, dedicados a la agricultura, el turismo, artesanía y el pastoreo. Hablan las lenguas ancestrales, el quechua y aymara, algunitos el español.
A la noche, cuando cae lo oscuro, ninguno de los ruidos del lugar se parecen al de una ciudad.

Prósima crónica: Cuzco.