Cronicas bicicletistas de Copacabana, pueblo fantasma


Crónicas bicicletistas de Copacabana, pueblo fantasma.

Cero bicicletismo.

Esta ciudad es la principal localidad ribereña del lago Titicaca. Del otro lado del agua se ven algunas montañas que delatan pueblos peruanos cuando llega la noche y se encienden como cachos de brillantina pegados a las rocas ancestrales. De los seis mil habitantes que hay, déjenme decirle, que solo vi un puñado que no pasaba las cincuenta personas, este lugar parece preparado sólo para el turismo, y peor aún para un turismo poco interesado en bicicletas.
Quien haya visto la película del exótico director Hayao Miyazaki, “El viaje de Chihiro” podría sentirse ahí mismo cuando la familia llega al pueblo preparado para miles de personas con nada de personas, las cholas gritando como si las calles estarían repletas ¨pescado fresco señora, pase mami, pase por aquí¨
Hay hostales, hoteles y pensiones de toda clase, restaurantes de muchas estrellas, cacillas, puestos, kioscos, cibers y almacenes. Los hay varios de todos estos por cada cuadra, más que casas, más que nativos, más que turistas. Una verdadera ciudad fantasma, por las calles vacías un que otro porcino o equino esperan a ser desatados de su boya por algún dueño misterioso, en los bares -que no se sabe a ciencia cierta si están abiertos o cerrados- dos gringos se toman una cerveza despacio y el lago Titi-Caca espera con sus hijas lanchas a que alguien se adentre a las aguas espesas y azules.
Recuerdo ocho años atrás cuando todos hablaban de una Copacabana juerguera, de plata fácil, de drogas buenas y sexo desenfrenado. Al llegar, con las maletas llenas de fanzines, me sentí en el post apocalipsis de apogeo del que tanto me habían hablado, del que tanto me habían ofrecido, y, realmente no sentí tristeza, ni desilusión aunque sea… siento que mi generación entera ha llegado tarde, tal vez porque seamos la generación encargada de llegar tarde.
Cuando me senté a orillas del lago divisé dos bicicletas, ambas de paseo, una rodado veintiseis y otra veintiocho y medio piloteadas por niños. Sólo dos bicicletas, nada más, recorrí todas las calles de esta ciudad, no estaba ni Casper, aunque debo admitir… el paisaje estaba tan desolado… No sabría decirles si fue una alucinación bicicletista o si, entre aquellos fantasmas de la temporada alta y la gloriosa época de alguna vez, hayan quedado dos bicis patrullando la Copacabana que alguna vez estuvo vestida de turistas y fiestas patronales.